Era un día de verano i aunque el sol relucía entre las nubes proyectando todos los colores en su esplendor en su alma sólo se posaba el gris.
Entonces llovió.
Caminaba con parsimonia debajo la lluvia, sin prisa, la sensación del agua recorriendo su cuerpo le hacía sentir vivo, existía. Algunos refugiados debajo las repisas o en las paradas del bus le observaban, sentía sus ojos clavados en él, podía oír sus pensamientos juzgando su comportamiento, diferente de lo normal, diferente de la mayoría, un bicho raro caminando debajo la lluvia cómo si realmente ésta no existiera, su mirada, en cambio, se posaba en el suelo evitando el enfrentamiento con la sociedad, estaba metido en su propio mundo, en sus pensamientos, disfrutando de ese momento en comunión con la naturaleza, sintiendo el animal que todos llevamos en nuestro interior.
De repente sintió un golpe que le tumbó en el suelo cómo un saco de patatas. ¿qué había pasado? se quedó unos segundos allí tumbado, no tenía prisa ni fuerzas para luchar, en el suelo se estaba bien.
Por fin terminó de limpiar las mesas, el último cliente se había ido hacia un rato y ahora tendría su merecido descanso, eran tiempos duros, a la gente ya no le sobraba el dinero para gastar, muchos sólo podían pensar en cómo llegar a fin de mes, cómo alimentar a sus hijos, cada vez menos gente salía a comer a restaurantes y ahora eran las fechas señaladas las que salvaban el año, pero eso no era vida. Se pasaba el día trabajando para pagar los malditos impuestos, era el momento del cambio, renovarse o morir.
Le dijo al camarero que limpiaba la barra que iba a fumar y se dirigió a la puerta, una vez fuera empezó a pensar cómo podía darle un empujón al negocio, puso la mano en el bolsillo y se dio cuenta que no tenía el tabaco.
Sonó un trueno y empezó a llover.
Lo habría dejado en el coche, alzó la vista y allí estaba su vehículo, sólo eran quinientos metros así que sus posibilidades aumentaban a tres: esperar a que dejara de llover, en verano duran poco las tormentas, o podía entrar y coger el paraguas, o finalmente podía echar a correr, sería un momento, el coche estaba cerca y tenía ganas de llenar sus pulmones de alquitrán y nicotina así que decidió echar a correr.
Ya casi había llegado cuando apareció de repente, no lo pudo evitar, un hombre, chocaron, el individuo se derrumbó, ella en cambio se aguantó de pie. Se disculpó fugazmente, no era nada, un simple encontronazo y ese hombre parecía valiente, así que continuó hacia el coche, al volver el hombre aún estaba allí, tumbado boca arriba en el suelo, empapado en agua, observando el cielo, las nubes, con una mirada vacía, escalofriante, reflejando una lucha interior.
No se podía quedar allí tumbado, lo sabía, sólo serían unos segundos más saboreando las nubes. A qué deben oler las nubes pensó, lo único que podía oler era una mezcla de asfalto y dióxido de carbono en el agua.
De pronto aparecieron unos hermosos ojazos tapándole la visión, devolviéndole al presente, mirándole directamente a los suyos con insistencia, y le empezaron a hablar.
Te encuentras bien?
Si, estaba descansando.
Perdona, no te vi y chocamos, seguro que estas bien?. Ah, ha sido eso, no me di cuenta de lo que pasó, estaba distraído, estoy bien tranquila.
Tengo un restaurante aquí cerca, venga, levántate, te invito a una infusión, es lo menos que puedo hacer, además parece que la necesitas.
Allí sentado frente a ella se encontraba a gusto, era una mujer bonita, agradable, luchadora y con un aire místico fluctuando a su alrededor, llevaban quince minutos sentados y en su mente germinó el pensamiento de besarla, abrazarla, un abrazo si, eso era lo que él necesitaba en ese instante, pero sólo era una imagen fugaz, un silencioso deseo apagándose de golpe por el viento de la realidad, primero debía encontrase a si mismo, su débil alma aún gritaba en el fondo del pozo pidiendo salir.
La conversación se limitó a responder las preguntas que ella le hacia, respuestas cortas y esquivas de una verdad escondida tras el vacío de la mirada. Después de la infusión se encontraba mejor físicamente, le dio las gracias y se fue. Atrás quedó una tierna mirada, un recuerdo en el tiempo.
Sabía donde encontrarla, volvería, estaba seguro, ahora si, aunque luego las cosas serían distintas, siempre lo son, sólo la providencia podía conocer realmente al futuro.